Vamos, que mi flamante Blackberry se convirtió en una Ladrilloberry capaz de enviar SMS, hacer y recibir llamadas y poco más. Para un señor que no suelta el teléfono en todo el día, esta reducción repentina de funcionalidad supuso un duro golpe, rayando el mono propio de una adicción. era lo menos que podía esperar y lo que supongo muchos sintieron durante los días que siguieron hasta el completo reestablecimiento de los servicios de datos.

De pronto la sincronía reclama su cuota de pantalla: para hablar se necesitan dos personas que tienen que dedicar un tiempo de conversación determinado de forma simultánea. Todo se vuelve muy lento, cada pregunta viene seguida de un tiempo de espera que no puedes usar en otra cosa hasta que llega la respuesta. Rápidamente uno piensa que a la bendita asincronía no la valoramos lo suficiente, siempre responsabilizándola de nuestra innata procrastinación. Que culpa tendrá ella.
Engarzando una llamada tras otra tu tiempo de conversación se dispara y empiezan a aparecer los ratos muertos. Aburrirse esperando un autobús o en la consulta del médico, eso si que es algo vintage, del pasado. Sin posibilidad de publicar en twitter, leer correo o de consultar las últimas noticias las esperas se hacen largas.
Y, entonces, en ese remanso de aburrimiento, llega el momento mágico. Tu mente empieza a generar brillantes pensamientos y reflexiones a golpe de 140 caracteres... y tu sin twitter para ir publicando desde tu smartphone. Creo que podían haber fallado las llamadas y haber seguido disfrutando mientras los datos fluyeran. Pero no al revés, al menos esa fue mi experiencia.
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